Hoy os propongo un divertimento (o no sé si algo más que un divertimento).
Un amigazo dice que de los millones de sucesos que hemos vivido, recordamos de forma misteriosa unos pocos y otros muchos los olvidamos. Y también díce que esos acontecimientos recordados los enhebramos como si las cuentas de un collar se trataran formando así el relato de nuestras vidas. Y parece ser que eso es así y es bueno ejercitarlo.
Acabo de colocar delante de mí los abalorios de mi infancia y estoy dispuesto a hacer una pulseríta con un orden absurdo, el alfabético.
Si echo la vista atrás sobre todo veo AMIGOS. amigos de la calle. Por cierto lo pequeña que era mi calle y la de amigos que había: en tres portales éramos unos 40 chavalotes (hoy en los mismos portales habrá unos 10 y ya no juegan entre ellos).
En mi calle, como en todas, vivían personas y personajes. Los personajes se clavan más en el alma de todas las personas. En mi calle estaba el Sr. Joaquín. Un BORRACHO nada anónimo. Y ante todo una magnífica persona. Por las mañanas era un trabajador incansable, al mediodía se le veía dando tumbos y recitando griterios, por la tarde roncaba en cualquier esquina (era una imagen cotidiana más de la calle) y por la noche dormía en un vagón de la estación de trenes que todo el mundo daba como su vivienda y los de la Renfe no osaron nunca mover.
Mi calle no llegaba a tanto, era un CALLEJÓN, un callejón sin salida, sin asfalto, sin cemento, todo tierra. Terreno libre para jugar, jugar y jugar y librarse de los enfados de sus habitantes. Salir de él era territoria a explorar.
De los mil juegos que ofrecía el callejón, el más rutinario, el que nos llevaba buena parte del tiempo era vaciar los CHARCOS. Placer y necesidad: si había charcos era complicado jugar a otras cosas como al guardias y ladrones o fúbol sin ponernos más sucios que lo habitual y permitido por las madres (que ya de por sí era mucho). Verdaderas obras de ingenieria con hierros y tablas para hacer canalillos entre charcos e ir empujando el agua hacia una alcantarilla central (que por cierto ahora me pregunto que coños hacía allí una alcantarilla entre unos pedruscos en el medio de esos terrenos sin orden ni concierto).
Los DOMINGOS eran los días que rompían la rutina: misa, catequesis, la paga, la ropa nueva, el cine de la parroquia y paseo con los papis. ¿Será cierto que casi todos los domingos lucía más el sol que el resto de los días de la semana?
Al atardecer y por la noche dejábamos el balón, los platillos o el guardías y ladrones y empezábamos con el ESCONDITE. Juego eterno donde los haya que sólo terminaba cuando desde las ventanas las madres empezaban a recitar uno a uno los nombres de cada hijo: Paco, sube ya! Juan, Javi a casa!!... Cuando estábamos esplendidos cambiabamos el escondite por el bote. Y cuando nos reuníamos todos y con los chavales mayores ampliábamos el terreno de juego "se vale hasta la estación".
La juego más prohibido: FUMAR. Primero palos fumiques (no me digáis que planta era esa cuyas ramas porosas lográbamos fumar), restos de colillas, y cuando había dinero a comprar algún cigarrillo al kiosco y los días de tirar la casa por la ventana: cigarrillos amentolados o de papel con sabor a chocolate (¿existen aún hoy?)
En terreno colindantes había una calle de gran atractivo para el olfato: coincidían frente con frente los talleres de una afamada pastelería, Burgueño, y una fábrica de GALLETAS. ¡¡¡Cómo una calle puede oler tan bien!!! Lo que llegamos a conocer no era nada atractivo: una entrada blanqueada por la harina donde dos señores mayores de espalda torcida cargaban todo el día sacos y más sacos de harina.
El momento de mayor actividad de la pandilla, era sin duda, la HOGUERA de San Juan. Al menos un mes de mucho trabajo para buscar y acarrear madera a un rincón del callejón (Villasartén llamabamos al rincón), vigilar la madera para que no nos la quemaran pandillas rivales y sobre todo el gran día: montar la hoguera y a las 12 de la noche (nunca llegabamos a esperar tanto) quemarla y ser el orgullo de la hoguera más grande del barrio.
En la pandilla me llamaban el "teori", porque siempre estaba dandole al ingenio: ya está este y sus teorías. Uno de mis experimentos de poco acierto fue al recibir en el colegio explicación de cómo hacer un electroimán. Si con un clavo gordo y una pila se hace un IMÁN de cierta fuerza... ¡qué no se podría lograr con un alfiler y la corriente de la casa (gracias adios entonces era de 125 V): doblé el alfiler, introduje cada estremo en uno de los agujeritos de un enchufe y... ¡me falló la teoría! (y se fundieron los plomos, que entonces las casas tenían plomos).
El día anterior a que fueran a quitar el jardín frente a la estación de trenes se conjuraron todos los vecinos y fue un asalto generalizado para llevarse alguna flor a casa antes que entraran las máquinas. A la mañana siguiente vi llorar, como no lo había visto hasta entonces a ningún mayor, al JARDINERO.
Cerquita de casa, en la otra acera, había un pequeño KIOSCO. Ahora la verdad es que no recuerdo qué vendería. A mí solo me importaba el regaliz, el picapica, los fósforos (que luego los prohibieron porque decian que no era saludable que los estuvieramos chupando, con lo divertido que era) y ahhhhhhhh las pastillas de leche de burra.
En el callejón, junto a la puerta que hicimos nuestra portería de fútbol, vivia la señora Anita, que a nuestros ojos parecía que dios la había puesto ahí conla única razón de reñirnos. Un día el balón con gran puntería se coló por su ventana (hasta entonces siempre rompía sus cristales) y se negó a devolvérnoslo: sin duda fue una mala idea por su parte. Ya no teníamos otra cosa que hacer que rumiar la venganza. La LUZ a su casa le llegaba por unos cables al aire que iban de poste a poste. Retorcimos un hierro y lo lanzamos una y otra vez a los cables hasta que ¡bingo! logramos engancharlo entre cable y cable: zambombazo y la Sr. Anita sin luz en casa. Nos quedamos sin balón, obvio.
Había dos cines en el barrio el de la parroquia de Fatima y el LLORENTE. El cine Llorente ponía películas en sesión continua (claro está) los domingos por la mañana. La lucha interna entre el angelito y el demonio se reflejaba en la obligación de quedarse en la cola de la catequesis de los domingos o en la cola del cine Llorente. La catequesis casi siempre triunfaba, tenía a su favor que era gratis.
Mira que era difícil cazar un MURCIÉLAGO. Y lástima, con lo divertido que era emborracharlos con un par de caladas de tabaco.
Casi no recuerdo las comidas. Pero sí las meriendas: pan y chocolate y en los tiempos de bonanza pan con NOCILLA, o ese sucedáneo de praline de tres colores: rosa, marrón y amarillo (¿existe eso?).
Mi memoria es como un teclado de ordenador comprado fuera de España: no tiene Ñ.
Un par de calles más arriba de la nuestra, y con una pandilla de dura rivalidad, estaba el barrio de la ONCE, el barrio de los ciegos. Después me enteré que la mitad de la población del mundo no era ciega.
Como todos, supongo, teníamos mil artilugios para jugar: peonzas, hinques, balones, bolas, cuerda... pero sin duda lo más de lo más eran los PLATILLOS que recogiamos en los bares y sobre todo en el basurero de la cantina de la estación de trenes. Los más valiosos eran los que lograbamos dejar planitos. Fácil, te colabas en la estación, los colocabas en la vía (los guardas estaban en contra de esa afición) y esperabas a que pasara el tren. En invierno valían para jugr al triángulo y en verano a las carreras de bici y en el portal a partidos de fútbol.
Otra teoría fallida. Si en una lata de barniz que robamos a los carpinteros le metemos fuego dentro, al rato pegará un bombazo impresionante. La teoría falló en el "al rato". Al asomar el fuego por la boca de la lata salió un verdadero lanzallamas que me QUEMÓ mano y brazo. No dolía (al principio), pero tardé en darme cuenta que eso que colgaba de mi mano no era cola, sino trozos de pellejo.
El día de más ansiedad emocionada y liturgia, sin duda los REYES magos. Juntarnos con los vecinos para limpiar los zapatos, colocar los papeles en el suelo y esperar nerviosos a la mañana siguiente.
Y los momentos de mayor ansiedad pero nada emocionada, esperar a que llegaran las 5 de la tarde de los veranos, tiempo de SIESTA obligatoria. No había quien durmiera. Y más aún porque iban pasando uno a uno de los amigos a buscarme: ¿yaaaa? ¿todavía no?
Yo siempre tuve TELE en casa. El segundo modelo que vendió la Philips en España. Chipiritifláuticos, un globo, dos globos, tres globos y el vamos a la cama que hay que descansar. No entiendo como con una cadena (y luego el UHF) había siempre algo emocionante y ahora con 100 cadenas nunca hay nada bueno.
Siempre he sido un manta jugando al fútbol. Odiaba el ritual. Los capitanes lo echan a pies, y van eligiendo uno sí y otro no los integrantes de su equipo. Yo siempre ULTIMO O PENÚLTIMO. Al no haber reloj, los partidos no se miden por tiempo, sino a 20.
Las VACACIONES eran eternas. La vuelta al colegio erá algo así como el cambio de era. Y partiendo las vacaciones ya se sabía agosto en Ávila.
El colegio, qué cosas tiene pocos recuerdos. Uno de ellos, los WATERES. El de los chicos, aparte de dos o tres tazas asquerosas, una pared con un canal en el suelo. Todo el mundo a mear contra la pared. Lo mejor de todo, es que en un estremo el grijo donde todos bebiamos agua. ¡Dios mío! y que se sepa nadie murió. Luego con el tiempo se inventó la sanidad.
Cómo odio los programas calificados X de la época: los rombos. Era aparecer un rombo en la pantalla y a la cama.
Mi mejor amigo tenía al YAYO trabajando en la oficina de la fábrica de galletas. Era oro en polvo. Si necesitábamos dinero o no teníamos otra cosa que hacer, una visita tenía una recompensa segura... y al kiosko. El yayo de mi amigo además de propinas tenía un botijo, que en verano era otra fuerte razón para irle a visitar. Yo no tuve yayos, sólo una y vivía en Madrid.
Y el juego más deseado: el pico ZORRO ZAINA. Sobre todo cuando los equipos eran grandes y había que saltar a una fila larga de chavales y caer a peso a ver si se arringaban y con el riesgo de perder el equilibrio.
Nudito y ya está la pulsera.
Anda que no me han quedado abalorios en la caja.... así a ojo, sin rebuscar veo: basurero, bici, bolas, Burgueño, brea, carburo, canicas, casetas, comunión, la Casera, cobre,chatarra,estación, enfermeras,fuego,fotos,ladrón,patines, perros, pesca, peonza, paga, palero, Perico, pampanos, Renfe, río, recortes de pasteles,sirena,tapias, tortilla,uvas, ultramarinos, una dole tele catole,vías, taxis...
Lo siento, quedó largo, pero la culpa no es mía, sino del abecedario.
En la foto primera Saturno antes de tener recuerdos en la importante función social de sujetar la papelera.
En la segunda Saturno (no recuerdo si con recuerdos) en el jardín de la estación (desaparecido). Al fondo a la izquierda mi casa, a la derecha la residencia de enfermeras (desaparecido) y entre medias, tras el árbol, la entrada al callejón.
Feliz sábado, sabadete... se me comporten
SATURNINO
2 comentarios:
pero que ricura el de las fotos!! antes de que si quiera existieran los blogs!! como pasa la vida!!
jeje, pero que lorcillas en las piernecillas!!!qué monooooo
con algunos cambios, mi infancia, 10-15 años depues, ha sido muy parecida a la tuya (aunque si que erais barbaros, menudos recuerdos, me he reido un monton con lo del electroiman...), la pena es que creo que si hablamos con alguien de 10-15 años menos que yo... pondria los juegos de la play en orden alfabético? (conocerá ese orden sin buscar en la wikipedia?)
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