Camacho llevaba 15 minutos en la parada del autobús tratando de identificar, entre tantas motos, la que realiza funciones de taxi. La experiencia es extraña, absurda…
- Coño, lo que hace uno por las mujeres. Me siento como un pendejo aquí parado, tratando de encontrar la bendita Moto-Taxi; todas pasan frente a mí como alma que lleva el diablo y yo sin saber nada del asunto, que vaina, como que llamo a Carlita y le digo que se busque a otro porque esto no está caminando.
En ese momento se para delante de él una mujer con aspecto de tener prisa pues no deja de moverse de un lado a otro sin quitar la vista de la calle. Dos minutos después, levanta su dedo índice, una moto se detiene y ella se monta. Entonces Camacho le pregunta – ¿Como sé que es una Moto-Taxi?- y ella le responde – porque llevan un casco colgado del brazo-.Luego se puso su casco, tomó al conductor por la cintura y arrancaron.
Al momento, Camacho logra detener una de las tantas motos, sin más identificación que la del casco adicional.
Al momento, Camacho logra detener una de las tantas motos, sin más identificación que la del casco adicional.
- Necesito que me lleves rayo veloz hasta la panadería “El Cacho Caliente” que está ubicada en la Avenida Libertador.
- Tranquilo chamo, para allá vamos, yo sé cuál es, agárrate duro que voy que quemo.
El motorizado iba a tanta velocidad como se lo permitía el estrecho espacio que quedaba entre los autos que estaban atascados en el tráfico. Iba pisando la línea blanca que divide los canales de circulación. Camacho se agarraba fuertemente del asiento pues sentía que podía caerse en cualquier momento.
- Pero bueno vale, ¡qué te pasa chofer!, acabas de arrancarle el espejo retrovisor a ese Aveo azul, y en el acto casi me rompes la camisa, ¿no puedes ir con más cuidado? – dijo Camacho sorprendido.
- Chamo, no le pares, que no pasó nada grave, ¿me entiendes?
Camacho estuvo a punto de sacar sus credenciales de policía, pero se contuvo por la prisa que llevaba. Pero sucedió que, llegando a uno de los semáforos de la avenida Francisco de Miranda a la altura de la Plaza Altamira, el conductor de la moto se pasó la luz roja, teniendo que bordear los carros que se le venían encima. Los fiscales de tránsito de la zona se cansaron de pitarle al individuo, pero nada, el no se detuvo. Se reía a carcajadas, como si su conducta se tratara de un chiste. Entonces Camacho le gritó:
- ¡Pero bueno chico, tú estás loco!, tú no puedes hacer eso.
- Tranquilo chamo que ya vamos a llegar, falta poco. Dijo el chofer sínicamente.
Más adelante se avizoraba otro semáforo en rojo, pero esta vez, el chofer disminuyó la velocidad hasta detenerse ante el rayado peatonal, justo al lado de la acera. La gente comenzó a pasar de de un lado a otro como hormigas. Cuando la luz cambió a verde, el motorizado le arrancó el Black Berry a un señor que venía conversando descuidadamente, y aceleró todo lo que pudo rumbo a su destino de la Avenida Libertador. Camacho enrojeció, metió la mano en la chaqueta donde tenía guardada su arma de reglamento. Al sacarla vio el reloj, le quedaban tan solo 10 minutos para llegar a la hora acordada. Sintió rabia e impotencia. Entonces le dijo lo siguiente:
- Mira pajarito, tú no eres un taxista, tú eres un malandro que anda por ahí burlándote de la ley, ¿no?
- Ay papá, tú no sabes con quien te estás metiendo, tu como que te me bajas aquí mismo, y de paso me dejas tu cartera.
- Ajá, con que así es la cosa – Camacho, enfurecido, le apuntó con el arma en la cintura y le dijo – de aquí no se baja nadie, y tú me llevas a donde te pedí.
- Está bien, está bien chamo, pero ten cuidao con eso, oíste.
Comenzó a llover, uno de esos chaparrones inesperados y fugaces. Camacho se volvió a sentir ridículo y gritó de rabia – coñoooo, esto era la último que me faltaba-.
Al llegar, ambos estaban empapados, el agua les corría por el cuerpo hasta caer como hilos en el concreto. Camacho se bajó de la moto pateando la calle, quería cumplir con su deber, pero también debía cumplir con lo prometido: colaborar con Carla en su misión encubierta. Entonces le dijo al chofer – espero no verte por ahí de nuevo cometiendo fechorías, esta vez te voy a dejar ir, pero tengo tu placa… la próxima no vas a tener tanta suerte.
- Bueno ¿y no me vas a pagar?, son sesenta bolívares.
- Tú si eres arrecho, deberías ir preso, pero aquí tienes tus reales. Piérdete.
Entró en la panadería dejando su rastro de agua por donde pasaba. En su cara se adivinaba la furia que contenía, lo develaban sus cejas encontradas, su mirada profunda, sus labios apretados, en su fuerte respiración. Miró a Carla como si quisiera matarla, echarle en cara sus desgracias. Carla se asustó pero se hizo la desentendida.
- Portugués, dame un café marrón oscuro, no te me pases de leche, y uno de esos cachitos de hojaldre que venden aquí; me lo das rápido que no estoy de humor.
- Le puedo dar el cafesiño señor, pero no tengo cachitos de hojaldre. ¿No le apetece uno de jamón?
- Que no hay cachitos de hojaldre dice. A mi me da mi cachito ya o si no le destrozo el local, me está entendiendo, a mi me gusta que me den lo que pido. Dijo Camacho dando un puñetazo en mostrador.
- Pero bueno señor, no exagere, tampoco es para tanto- intervino Carla. – Tómese su café tranquilo y si no le gusta otra cosa, mejor se va.
2 comentarios:
Madre mía como van las cosas.
Ni idea que Camacho fuera policia.
Está bueno la vida, pobre moto-taxistas, que precisan complementar su salario con tirones a las black-berrys, jeje
a esperar otra semanita
Ja,ja,ja... Si la vida no es tan fácil para algunas personas; sin embargo, Durkein decía que, si acabaras con la pobreza, seguirían existiendo malechores, los actos delictivos y la pobreza no se correlacionan en forma positiva. No todos los pobres son malechores, no todos los malechores son pobres.
Un gran abrazo,
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