martes, 21 de agosto de 2012

Crónica del hada de las aves




 Soy de aire, tengo un gusto especial por la brisa marina y por todo aquello que tiene alas. Hace tres años me fue revelado en sueños que provengo de una casta de  sílfides de América del Sur, las que sostienen en sus brazos al turpial, al cristofué, al colibrí.  A partir de allí, he comprendido muchas cosas. Desde niña amanezco enrollada en las sábanas como si durmiese en una crisálida; me gusta abrazar a los árboles, colocar flores en alguna vasija cercana a la luz y alimentar a los pájaros. 


A ellos les pongo alpiste en las mañanas, en un cuenco de barro de tres patas con tintes de arte precolombino, o en un platito decorado que me regaló una amiga iraní.  Ellos vienen, comen y de vez en cuando entran en mi casa, la caminan con sus graciosos brinquitos, sobrevuelan el bar, el sofá, el piano… me regalan sus mejores vibraciones... son libres, vienen y van (aunque a veces se quedan a dormir).

También me visitan las mariposas. Por aquí habitan unas grandes de alas color naranja... muy pocas veces se ven aquellas enormes de alas azules. 

Tengo gusto de viajar con alas, de explorar lugares remotos, y aquellos no tan remotos pero habitados por personajes que han grabado su rostro en la historia del mundo. 
 
Una parte de ese mundo está habitado por las grullas, que encierran el aire y el mar. Llenan el espacio con su danza suave y elegante objeto de seducción. Se las ve formar nubes agitadas motivo de fertilidad y gozo.




En el 2005 se me diagnosticó una enfermedad terminal. Comencé a recibir grullas de papel. Me parecían tan lindas que comencé a colgarlas en la ventana de mi cuarto. Quería verlas volar. Nos visitó una amiga japonesa llamada Chijaru y al ver las grullas me comentó que en Japón es tradición hacer miles para desear pronta recuperación a los enfermos. Creo que funcionó porque en dos años y medio terminaba mi tratamiento con éxito.


            

                  La primavera  del 2010 en la que esperaba el nacimiento de mi bebé,  una pareja de pajaritos hizo su nido en un pequeño pino que decoraba en navidad.

              
               Pusieron allí tres hermosos huevitos moteados de marrón, y cuando nacieron lo pichones, como por instinto, abrían sus picos cuando acercaba mi rostro para verlos. Eran tan hermosos y tan frágiles que provocaban episodios de ternura.


              Los huevos se abrieron en época de Pascua, ellos simbolizan renacimiento, algo debía morir. Mi bebita estaba por nacer, pero ¿qué iba a morir? En ese momento no podía imaginarlo. Cuando los pichones estuvieron listos para volar dejaron el nido vacío.


            Una de esas tardes de abril se posó un buitre en mi ventana, confirmando el augurio. Menos mal que estaba cerrada pues sentí su amenaza. Era una visita inesperada e indeseable. Desde el año 2008, una bandada de ellos solía volar en círculo coronando mi cabeza cada vez que salía a la calle, me acechaban. También los pájaros pequeños revoloteaban con desesperación en medio de un alboroto en mi presencia; era como si lucharan frente a mí las fuerzas del bien y del mal. Aún observo el cielo. Los cuervos y los buitres nunca traen buenas noticias, debes estar muy atento cuando pasas cerca de un árbol en cuya rama se posa un cuervo, más aún, cuando éste canta justo frente a ti, o vuela para picotear tu cabeza. Los buitres no han vuelto más. Eso terminó, el círculo que dibujaban se rompió. 







Ahora veo a todas las aves volar en línea recta, planear ligeras hacia su destino, sobre todo, aquellas guacamayas que pasan a despedirse a eso de las cinco todas las tardes, y que a veces, graciosamente se mezclan en el paisaje con los helicópteros que monitorean el infernal tráfico vespertino de Caracas. Las líneas rectas imprimen armonía en el alma, el vuelo en linea recta indica un destino. 





            Y al parecer el mío ha llegado.  Anoche recibí una bandada de pequeños y dulces pajarillos,  que después de sobrevolar la casa buscaron en ella un rincón acogedor y allí amanecieron. Buscanban, a la sílfide del sur que los sostiene, aquella que los alimenta. Traen paz, amor, sabiduría. Vienen a alimentar mi espíritu y a llenarme de buenas noticias, aquellas que comenzaron a llegar esa misma noche.





 Besos para todos,

Martina

3 comentarios:

SATURNINO dijo...

Eso de darle significados "auguriosos" a unas y otras aves como que...
Eso sí el que se te vayan metiendo en casa porque les vas dando de comer es una verdadera gozada, sin más.
Acá no hay cristofué. Lastima por el colorido y el nombre.

Deyanira Díaz dijo...

Saturnino, leiste alguna vez "Los anillos de Saturno" de Sebald?

Es sólo una historia.

SATURNINO dijo...

no, ¿recomendables?