Hoy quiero compartir con ustedes una de las
experiencias más hermosas que he tenido en mi vida. Si les gusta el turismo
ecológico, esto les va a encantar, y si les gusta el mar, aún más. Se trata de
un lugar secreto, un recodo oculto en ésta tierra maravillosa llamada
Venezuela.
Decidí emprender mi viaje por carretera desde Caracas,
porque me gusta la aventura, las sorpresas, tropezar con paisajes nuevos. Manejé
muchas horas acompañada del CD Nevermind de
Nirvana, mucho mejor que un Red Bull
para mantener la mente despierta. En los pueblos que atravesé, todas las caras,
todos los cuerpos se desdibujaban, todos eran reflejos de vida; y aquellas
casas situadas al borde del camino, juntas eran un arcoíris salpicado de tierra. Contemplé la naturaleza, esos árboles frondosos que daban sombra a la
vía, eran hermosos. Tomé
direcciones erradas dos veces en Barlovento, y esos errores me llevaron a
conocer pueblos nuevos como el Guapo y Tacarigua de Mamporal. En las
profundidades de mis bosques dendríticos sentí una fe irracional de que al
final retomaría mi camino. Siempre viajo con esa certeza porque así no temo
perderme, y por supuesto, también cuento con un buen mapa en la guantera (por si acaso).
Encontré muchos puestos de frutas en la vía, se destacaban las
toronjas, las naranjas, los aguacates, los cocos, y los cambures (en especial
el titiaro, un cambur pequeñito y muy
dulce). Además de frutas se venden productos locales de
elaboración artesanal como casabe, naiboas, miel, catalinas, besos y conservas
de coco… por cierto, para mí es un placer tomar agua de coco bien fría cuando
el calor aprieta, no hay nada que hidrate mejor. En el tramo comprendido entre
Barcelona y Puerto La Cruz, experimenté una sensación de incomodidad: de
regreso al tráfico, al corneteo, a la gente caminando por montones en las
calles y atravesándolas como si los carros fuesen fantasmas, a los edificios
altos y a los centros comerciales.
Ya de nuevo en caminos estrechos, que se hacían cada
vez más estrechos a medida que ascendía, comencé a respirar un aire cargado de
sal y vi desde lo alto un valle inundado de mar con montañas muy
verdes que emergían de él, con gaviotas y alcatraces que volaban solo por
diversión porque ya había pasado la hora de de la pesca. Sentí que mi cabeza se vaciaba,
no había pensamiento alguno, solo contemplación y admiración. Es como entrar en
el paraíso sin advertirlo (menos aún si vas manejando, en
esos parajes prefiero ser pasajero que conductor). Me encontraba ante el Parque
Nacional Mochima, uno de los sitios naturales más espectaculares que haya
visto. Más adelante estaba mi destino, me esperaban en la Posada Mochima Lodge,
un lugar oculto en el Valle de Arapo.
Al estacionar el auto, unos jóvenes uniformados y de trato formal, cargaron mi equipaje hasta el lobby.
Al estacionar el auto, unos jóvenes uniformados y de trato formal, cargaron mi equipaje hasta el lobby.
Hay que
bajar unos 80 y tantos escalones irregulares, pero a medida que desciendes se
va abriendo un paisaje marino tan alucinante que se te olvidan las escaleras y
terminan formando parte de la aventura. En el lobby me esperaba el gerente, que se encarga personalmente de darle la bienvenida a todos los visitantes del lugar y siempre está atento a los requerimientos de cada grupo en todo momento del día. El, muy amablemente me ofreció una bebida para
aplacar el calor y el cansancio del viaje. Luego me invitó a pasar a su oficina
para revisar las cuentas y chequear que todo estuviese conforme a lo dispuesto.
Las habitaciones están decoradas con muy buen gusto, integrando en ella materiales naturales de la zona, pedazos de madera, bambú, arena, caracoles y el mar que entra completamente por las amplias ventanas panorámicas. Cada habitación es distinta, y puede ser todo lo lujosa o sencilla que deseen.
Las habitaciones están decoradas con muy buen gusto, integrando en ella materiales naturales de la zona, pedazos de madera, bambú, arena, caracoles y el mar que entra completamente por las amplias ventanas panorámicas. Cada habitación es distinta, y puede ser todo lo lujosa o sencilla que deseen.
Es imposible para mí describir todas las sensaciones experimentadas en aquel lugar. Cada mañana despertaba con el canto de los gallos pertenecientes a las familias de pescadores que residían en las cercanías; y al abrir los ojos, me invadía aquel paisaje sobrecogedor de montañas verdes que emergen del mar, de pescadores lanzando sus redes, de aves rozando la superficie del agua en medio de un silencio delicioso; estar allí es para mí como comer chocolate belga en forma de conchas marinas.
Después de desayunar, partíamos en la lancha de Jesús, un lugareño muy simpático que a veces era acompañado por Emerson su hijo de 7 años, quien solía relatar como si fuese un acto heroico, que le sacaba las tripas a los pescados.
El nos llevó a ver delfines, muchos delfines en su hábitat, a las playas
vírgenes de Mochima, donde el agua es color turquesa y totalmente transparente,
tanto, que puedes ver pececitos multicolor de diversos tamaños y formas nadando
a tu alrededor en los arrecifes que están muy cerca de
la costa, es el lugar perfecto para
practicar submarinismo sin equipos sofisticados.
En algunas playas habitan las iguanas, que bajan de la montaña esperando recibir alimento de manos de los turistas.
En algunas playas habitan las iguanas, que bajan de la montaña esperando recibir alimento de manos de los turistas.
Además, visitamos La Isla del Gato y del Ratón, hogar de múltiples aves marinas, y un reducto de tierra donde solo se ve una casa en ruinas. Mochima es un paraíso para la contemplación dentro y fuera del agua.
Al regresar a la posada, algunas personas terminaban la tarde sumergidos en la piscina, desde dónde se observa un arrecife natural lleno de peces, cangrejos, erizos... hay mucho que ver en esas aguas cristalinas.
Una tarde de
esas, al regresar del paseo habitual, observé desde la terraza de la posada un
sol rosado descendiendo en medio de las montañas detrás de una gaza de nubes grises
que opacaban sus rayos delineando su gran silueta circular, el cual no fotografié porque no tenían la cámara conmigo y no quise ir a buscarla para no perderme ni un segundo de esa hermosa estampa.
Las personas que allí trabajan dicen que “en Mochima todos los atardeceres son diferentes”, yo acudía sin falta a contemplarlos cada tarde, desde el mismo sofá ubicado al final de la terraza.
Las personas que allí trabajan dicen que “en Mochima todos los atardeceres son diferentes”, yo acudía sin falta a contemplarlos cada tarde, desde el mismo sofá ubicado al final de la terraza.
Durante la semana disfruté de muchas
atenciones, del cuidado en los detalles, de la música adecuada para acompañar
las cenas con el mar a mis pies y las estrellas en mi cabeza.
En la cocina,
Don Nivaldo preparaba con amor y esmero la comida más fresca, deliciosa,
autóctona y natural que se pueda ofrecer a los visitantes, sin altos contenidos de grasa, ni
sal, complaciendo los paladares más diversos.
Ese lugar tiene magia, hace que te cambie el humor,
que te sientas realmente feliz. Hay fantasía en el paisaje, en las habitaciones
deliciosamente decoradas, en el olor de la cocina de Don Nivaldo, en el cariño
y la atención de Elizabeth, Carlos, Álvaro José, Efraín, y del resto del equipo
que allí labora, en los paseos en lancha de Jesús, y en el hecho de pensarse rodeados
de delfines que a veces pierden el rumbo y llegan a los confines
de la posada.
Después de haber disfrutado de tanta belleza natural solo pude pensar que el hombre debe aprender a tocarla con los ojos, debe dejar de pensar en modificar su fisionomía porque lo que es perfecto no se puede mejorar; el equilibrio natural se encarga de que todo funcione. Parques naturales como ese deben ser conservados prístinos ad infinitum porque constituyen un oasis para nuestra vida citadina contaminada y monótona. Aquí les dejo el link de la posada para los que quieran atreverse a saborear estas sensaciones : http://www.mochimalodge.com/.
Martina.
2 comentarios:
Qué maravilla. Enhorabuena por darte el gustazo de ese viaje.
A la vez gracias por compartirlo y hacerlo con tanto detalle gustativo. Es una gozada el poder conocer y tomar contacto con otras realidades a través de ser contadas (sino nuestro mundillo se nos queda canijo, las experiencias directas se pueden contar con algo más que los dedos de las manos, lógicamente).
¿Y dices que la satisfacción del viaje es como la de un chocolate belga en forma de conchas marinas? habrá que hacer ese viaje alternativo.
Aparte, me encanta la imagen "gente caminando por montones en las calles y atravesándolas como si los carros fuesen fantasmas". Sé que a ti te pone de los nervios, pero son símplemente puntos de vista diferentes, jeje.
Además he aprendido el significado de prístino y citadino, qué más se puede querer
Mil gracias Saturnino, eres muuuy generoso conmigo. Tal vez esos mares te vean algún día.
Un abrazo.
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