martes, 25 de septiembre de 2012

El Valle de Arapo










Hoy quiero compartir con ustedes una de las experiencias más hermosas que he tenido en mi vida. Si les gusta el turismo ecológico, esto les va a encantar, y si les gusta el mar, aún más. Se trata de un lugar secreto, un recodo oculto en ésta tierra maravillosa llamada Venezuela.

Decidí emprender mi viaje por carretera desde Caracas, porque me gusta la aventura, las sorpresas, tropezar con paisajes nuevos. Manejé muchas horas acompañada del CD Nevermind de Nirvana, mucho mejor que un Red Bull para mantener la mente despierta. En los pueblos que atravesé, todas las caras, todos los cuerpos se desdibujaban, todos eran reflejos de vida; y aquellas casas situadas al borde del camino, juntas eran un arcoíris salpicado de tierra. Contemplé la naturaleza, esos árboles frondosos que daban sombra a la vía,  eran hermosos.  Tomé direcciones erradas dos veces en Barlovento, y esos errores me llevaron a conocer pueblos nuevos como el Guapo y Tacarigua de Mamporal. En las profundidades de mis bosques dendríticos sentí una fe irracional de que al final retomaría mi camino. Siempre viajo con esa certeza porque así no temo perderme, y por supuesto, también cuento con un buen mapa en la guantera (por si acaso). 

Encontré muchos puestos de frutas en la vía, se destacaban las toronjas, las naranjas, los aguacates, los cocos, y los cambures (en especial el titiaro, un cambur pequeñito y muy dulce). Además de frutas se venden productos locales de elaboración artesanal como casabe, naiboas, miel, catalinas, besos y conservas de coco… por cierto, para mí es un placer tomar agua de coco bien fría cuando el calor aprieta, no hay nada que hidrate mejor. En el tramo comprendido entre Barcelona y Puerto La Cruz, experimenté una sensación de incomodidad: de regreso al tráfico, al corneteo, a la gente caminando por montones en las calles y atravesándolas como si los carros fuesen fantasmas, a los edificios altos y a los centros comerciales.

Ya de nuevo en caminos estrechos, que se hacían cada vez más estrechos a medida que ascendía, comencé a respirar un aire cargado de sal y vi desde lo alto un valle inundado de mar con montañas muy verdes que emergían de él, con gaviotas y alcatraces que volaban solo por diversión porque ya había pasado la hora de de la pesca. Sentí que mi cabeza se vaciaba, no había pensamiento alguno, solo contemplación y admiración. Es como entrar en el paraíso sin advertirlo (menos aún si vas manejando, en esos parajes prefiero ser pasajero que conductor). Me encontraba ante el Parque Nacional Mochima, uno de los sitios naturales más espectaculares que haya visto. Más adelante estaba mi destino, me esperaban en la Posada Mochima Lodge, un lugar oculto en el Valle de Arapo. 

Al estacionar el auto, unos jóvenes uniformados y de trato formal, cargaron mi equipaje hasta el lobby. 


Hay que bajar unos 80 y tantos escalones irregulares, pero a medida que desciendes se va abriendo un paisaje marino tan alucinante que se te olvidan las escaleras y terminan formando parte de la aventura. En el lobby  me esperaba el gerente,  que se encarga personalmente de darle la bienvenida a todos los visitantes del lugar y siempre está atento a los requerimientos de cada grupo en todo momento del día. El, muy amablemente me ofreció una bebida para aplacar el calor y el cansancio del viaje. Luego me invitó a pasar a su oficina para revisar las cuentas y chequear que todo estuviese conforme a lo dispuesto. 

Las habitaciones están decoradas con muy buen gusto, integrando en ella materiales naturales de la zona, pedazos de madera, bambú, arena, caracoles y el mar que entra completamente por las amplias ventanas panorámicas. Cada habitación es distinta, y puede ser todo lo lujosa o sencilla que deseen. 




Es imposible para mí describir todas las sensaciones experimentadas en aquel lugar. Cada mañana despertaba con el canto de los gallos pertenecientes a las familias de pescadores que residían en las cercanías; y al abrir los ojos, me invadía aquel paisaje sobrecogedor de montañas verdes que emergen del mar, de pescadores lanzando sus redes, de aves rozando la superficie del agua en medio de un silencio delicioso; estar allí es para mí como comer chocolate belga en forma de conchas marinas. 



Después de desayunar, partíamos en la lancha de  Jesús, un lugareño muy simpático que a veces era acompañado por Emerson su hijo de 7 años, quien solía relatar como si fuese un acto heroico, que le sacaba las tripas a los pescados.



El nos llevó a ver delfines, muchos delfines en su hábitat, a las playas vírgenes de Mochima, donde el agua es color turquesa y totalmente transparente, tanto, que puedes ver pececitos multicolor de diversos tamaños y formas nadando a tu alrededor en  los arrecifes que están muy cerca de la costa, es  el lugar perfecto para practicar submarinismo sin equipos sofisticados. 

 






En algunas playas habitan las iguanas, que bajan de la montaña esperando recibir alimento de manos de los turistas. 


 Además, visitamos La Isla del Gato y del Ratón, hogar de múltiples aves marinas, y un reducto de tierra donde solo se ve una casa en ruinas. Mochima es un paraíso para la contemplación dentro y fuera del agua. 





Al regresar a la posada, algunas personas terminaban la tarde sumergidos en la piscina, desde dónde se observa un arrecife natural lleno de peces, cangrejos, erizos... hay mucho que ver en esas aguas cristalinas.




 Una tarde de esas, al regresar del paseo habitual, observé desde la terraza de la posada un sol rosado descendiendo en medio de las montañas detrás de una gaza de nubes grises que opacaban sus rayos delineando su gran silueta circular, el cual no fotografié porque no tenían la cámara conmigo y no quise ir a buscarla para no perderme ni un segundo de esa hermosa estampa. 



Las personas que allí trabajan dicen que “en Mochima todos los atardeceres son diferentes”, yo acudía sin falta a contemplarlos cada tarde, desde el mismo sofá ubicado al final de la terraza. 


Durante la semana disfruté de muchas atenciones, del cuidado en los detalles, de la música adecuada para acompañar las cenas con el mar a mis pies y las estrellas en mi cabeza.
 
  En la cocina, Don Nivaldo preparaba con amor y esmero la comida más fresca, deliciosa, autóctona y natural que se pueda ofrecer a los visitantes, sin altos contenidos de grasa, ni sal, complaciendo los paladares más diversos. 

Ese lugar tiene magia, hace que te cambie el humor, que te sientas realmente feliz. Hay fantasía en el paisaje, en las habitaciones deliciosamente decoradas, en el olor de la cocina de Don Nivaldo, en el cariño y la atención de Elizabeth, Carlos, Álvaro José, Efraín, y del resto del equipo que allí labora, en los paseos en lancha de Jesús, y en el hecho de pensarse rodeados de delfines que a veces pierden el rumbo y llegan a los confines de la posada. 


Después de haber disfrutado de tanta belleza natural solo pude pensar que el hombre debe aprender a tocarla con los ojos, debe dejar de pensar en modificar su fisionomía porque lo que es perfecto no se puede mejorar; el equilibrio natural se encarga de que todo funcione. Parques naturales como ese deben ser conservados prístinos ad infinitum porque constituyen un oasis para nuestra vida citadina contaminada y monótona. Aquí les dejo el link de la posada para los que quieran atreverse a saborear estas sensaciones :  http://www.mochimalodge.com/.
 

Martina.

2 comentarios:

SATURNINO dijo...

Qué maravilla. Enhorabuena por darte el gustazo de ese viaje.
A la vez gracias por compartirlo y hacerlo con tanto detalle gustativo. Es una gozada el poder conocer y tomar contacto con otras realidades a través de ser contadas (sino nuestro mundillo se nos queda canijo, las experiencias directas se pueden contar con algo más que los dedos de las manos, lógicamente).
¿Y dices que la satisfacción del viaje es como la de un chocolate belga en forma de conchas marinas? habrá que hacer ese viaje alternativo.

Aparte, me encanta la imagen "gente caminando por montones en las calles y atravesándolas como si los carros fuesen fantasmas". Sé que a ti te pone de los nervios, pero son símplemente puntos de vista diferentes, jeje.

Además he aprendido el significado de prístino y citadino, qué más se puede querer

Deyanira Díaz dijo...

Mil gracias Saturnino, eres muuuy generoso conmigo. Tal vez esos mares te vean algún día.
Un abrazo.