Una
de las consecuencias de la desigualdad de género es el crecimiento insostenible
de la población mundial; y digo insostenible, porque nos enfrentamos al reto de
incrementar la calidad de vida de alrededor de 7.060.000.000 billones de
personas que habitan hoy la Tierra, con unos recursos naturales cada vez más
escasos, deteriorados y contaminados. En 1798, el reverendo anglicano Robert Malthus
en sus “Essay on the Principle of
Population”, afirmaba que la población crecía inevitablemente a una tasa
más acelerada que la tasa de producción de alimentos, y que si no fuese por las
guerras y las enfermedades, la población sufriría de hambre y miseria, lo que
hacía imperativo controlar el tamaño de las familias. El problema planteado por
Malthus es algo que, al parecer, podría resolverse con un adelanto tecnológico
que acelere la tasa de producción de bienes. Sin embargo, el problema que
enfrentamos hoy tiene mucho que ver con aceptar que vivimos en un mundo finito,
con recursos limitados y que la única solución que hará sostenible la vida en
la Tierra es controlar el crecimiento de la población mundial.
Malthus
propuso contener éste crecimiento a través de restricciones de carácter moral
como el aplazamiento de los matrimonios y la castidad. A partir de allí, se han
planteado varias políticas en el mundo para tratar de cumplir éste objetivo,
casi todas criticables desde el punto de vista religioso o de los Derechos
Humanos. Entre ellas podemos mencionar el desarrollo y aplicación de métodos
anticonceptivos, la esterilización de las mujeres que habitan zonas rurales y
de escasos recursos, y la política de un hijo por familia implementada en China
a partir de 1979. Pero al parecer, las políticas más exitosas para estabilizar
la población y que se apoyan plenamente en los Derechos Humanos, son la
educación y el empoderamiento de la mujer (la capacidad de tomar decisiones en
todos los ámbitos que afectan la vida, desde el familiar hasta el político). La
promoción de la igualdad de género es tan fundamental para el logro del
desarrollo sostenible que “Promover la igualdad entre los géneros y el
empoderamiento de la mujer” constituye el tercer “Objetivo del Milenio” de las
Naciones Unidas. Es por ello que la
relación que existe entre la mujer y el ambiente es algo que va más allá de la
forma en que ella percibe la naturaleza y de las actividades que realiza en
función de protegerla.
Se ha
determinado que en los países donde la mujer alcanza altos niveles educativos y
compite en el campo laboral en igualdad de condiciones, la población crece
lentamente. Es el caso de de Europa, en dónde el 60% de los egresados
universitarios son mujeres. En cambio, en los países donde gran parte de las
mujeres ni siquiera tiene acceso a la educación básica y son relegadas a
puestos de trabajo informal y de baja remuneración, la población tiende a
crecer aceleradamente. Es el caso de muchos países asiáticos. Esto ocurre porque la mujer logra un gran
poder de decisión y negociación cuando ha alcanzado un alto nivel educativo y tiene
acceso a un buen nivel de ingreso; sus
objetivos de crecimiento profesional compiten con el tiempo que pueden
dedicarle a constituir una familia.
Debemos destacar aquí la labor que Wangari
Maathai desempeñó en Kenia, África, a través de la fundación de “The Green Belt Movement” a partir de1977; con la doble finalidad de detener los
procesos de desertificación y empoderar a la mujer, a través de la siembra de
árboles (algunos de ellos frutales de consumo local), ya que por cada árbol
sembrado y mantenido con vida ellas reciben una remuneración. Wangari Maathai
fue la primera mujer en recibir el Premio Nobel de la Paz en el 2004, por su
contribución al desarrollo sostenible, a la democracia y a la paz.
En
Venezuela, la mujer juega un rol fundamental en la transformación de la
sociedad, ya que de acuerdo con un trabajo de investigación realizado por
Mireya Vargas y que publicó bajo el título “¿País en regresión?” (2011), en los
sectores populares urbanos existe una estructura centrada en la madre con
ausencia del padre, y que “…la madre
muestra poca capacidad para proponer retos de transformación individual a los
hijos, más allá de la mera sobrevivencia, al tiempo que quiere conservarlos
para sí.” Ella es la gran madre de todos, la mamá/abuela. De acuerdo con la autora, esto trae problemas
de regresión o parálisis social. En
vista de lo anterior, si queremos que Venezuela se transforme en un país
sustentable es importante abrir espacios de participación para la mujer en la
implementación de las políticas ambientales; la misma debe transformarse en
movilizadora y motivadora de acciones de conservación que se transmitan a sus
hijos y nietos. Además, se debe seguir estimulando la igualdad de derechos
legales entre ambos sexos, para que se incremente, de hecho y de derecho, la participación
y la capacidad de decidir de la mujer venezolana tanto en la vida privada, como
en la vida pública.
La
mujer es una pieza fundamental en la conservación de la vida en el planeta,
ella es quién administra los bienes de la casa, es decir, cada día debe resolver
el problema de distribuir los recursos limitados entre los miembros de la
familia; desde un punto de vista
biológico, es la que asume el cuidado de las futuras generaciones desde su
concepción. Si le damos el valor y el respeto que amerita, tendremos como
premio la permanencia de nuestro planeta.
Por: Deyanira Díaz, alias Martina.
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