Los cuentos infantiles forman un todo, un completo ecosistema, en el que todos los elementos son imprescindibles. Hasta los elementos aparentemente más insignificantes.
Por ejemplo, si en el cuento de Pulgarcito, de golpe nos preguntan por todos sus personajes seguro que nos acordaríamos, claro está de Pulgarcito, y como no del ogro comeniños. Si afinamos la memoria: de los padres (que majos, por no matar de hambre a sus hijos los dejan piadosamente en el bosque para que se mueran solos), de los 6 hermanos de pulgarcito, del rey, de la mujer del ogro...
pero quién se acuerda de los pajaritos ¿a ver?, quién se daría cuenta de lo imprescindible de los pajaritos que se comen las miguitas de pan en el devenir de la historia.
Si no fuera por ellos el cuento, sin duda, habría tomado otros derroteros. ¿Qué decidirían los padres si vieran volver a sus hijos de nuevo a casa? ¿habrían emigrado? ¿habrían acudido a los servicios sociales? ¿habrían caído en las feroces garras del alcoholismo?.
350 años después de que Perrault escribiera el cuento de Pulgarcito y varios miles de kilómetros de donde lo escribiera, parece que un tal Austin Lee Westfall, en Carolina del Sur, también olvidó de lo imprescindible de los pajaritos en el devenir del cuento.
Me explico.
El 6 de enero este tal Austin Lee, debía de tener algo de hambre, por lo que decidió entrar a robar en una tienda de alimentación en Carolina del Sur a las 2.30 de la mañana. Como suele pasar en varios de estos robos, se cargó la puerta y otras partes del local (un destrozo de unos 2500 dolares) para llevarse algunas cosillas: cervezas, bebidas energizantes, cigarrillos, bocadillos, unos cheetos... Poca cosa, en total no más de 160 dolares.
Como buen ladrón salió apresurado y fue abriendo algunas bolsas de cheetos para írselos comiendo por la calle (lo cual tampoco parece catastrófico, a primera vista).
Cuando apercibieron el robo en el local llamaron a la policía. La policía del local, no se sabe si está muy ducha en resolver este tipo de robos, pero en este caso no lo tuvo demasiado difícil... tuvo la brillante idea de seguir el rastro de cheetos que había por el suelo hasta la casa del ladrón, entró y lo detuvo.
¡¡Hay que ser torpe!!
Si alguien da con la dirección de la cárcel o la casa de este tal Austin Lee que le regale un ejemplar de cuentos tradicionales, ¡por dios!
http://www.lavanguardia.com/vida/20130110/54360745471/atrapado-ladron-gracias-cheetos.html
Feliz sábado, sabadete... se me comporten.
Saturnino
1 comentario:
Je, je, je... ¡qué bueno!
Hay que ser inocente!! Pobrecito!!!!!
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